La deriva de los horizontes convierte al museo en una nave y en un río. La instalación de ocho remos en el hall central replica una acción anterior: el emplazamiento de estos mismos remos en el antiguo puente que solía unir las comunas de san Antonio y Santo domingo, atravesando el rio Maipo.
El puente Lo Gallardo, una estructura de hormigón y fierros, colapsó con el terremoto de 1971 durante el gobierno de Salvador allende, y desde entonces compone, como una inmensa ruina, un paisaje de múltiples escalas.
Transformado en nave, el puente cruza el río, el museo y el tiempo, indicando a su paso la actual explotación de bienes comunes, como la misma agua del nacimiento del Maipo en los Andes, o la vida y la dignidad en el centro de detención y tortura de Tejas Verdes, ubicado a pocos kilómetros. Las fracturas sísmicas y políticas se superponen, convirtiendo el colapso de esta infraestructura a comienzos de la década de 1970 en un símbolo. Casi deshecho, el puente-nave va mostrando el paulatino empobrecimiento del campo de la zona central y, al fondo del tiempo, de una vida ancestral, de cuando la desembocadura del Maipo era el espacio vital de pueblos alfareros de los que hoy hemos olvidado casi todo, incluido su nombre.
El remo es una de las tecnologías más arcaicas y vigentes de la humanidad. Es una extensión de la fuerza física del cuerpo y un punto de interacción con un elemento, el agua, que nos sirve de sustento y medio. Dispuestos en grupo, los ocho remos conforman una alegoría del trabajo común, remitiendo a la acción colaborativa de remar como una coreografía coordinada entre cuerpos, tecnologías y naturaleza.
El desplazamiento de estos remos hacia el MAC provoca nuevos diálogos. El museo se convierte en un puente posible entre el arte y la sociedad. De antigua escuela y repositorio de piezas de las bellas artes a albergue de la creatividad contemporánea, este edificio ha resistido por años a violentos terremotos, incendios incluso, como el de 1969; pero nada lo ha desafiado más que la precariedad material y la falta de atención de los gobernantes. Los confines de la Tierra, que antiguamente se imaginaban poblados de monstruos, fueron alcanzados a vela y remo. Es la determinación de los colectivos humanos lo que motiva a avanzar, sobre una nave absurda como esta, en un trayecto cada vez más crítico, sin otro destino que el paso del tiempo.
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